lunes, 12 de abril de 2010

Ficción.

Cada clase que pasa, encuentro al cine más autómata y mecánico que el día anterior. Más me demuestran que, tras los tubos catódicos de la tele, no hay magia ni personas pequeñas ni gnomos haciendo trucos, sino cables, conexiones y partes pequeñísimas de un todo mucho más grande y complicado.

A decir verdad, eso sólo me pone más triste. Y me recuerda que voy a ser una ignorante el resto de mi vida, porque nunca alcanzaré a saber tanto como necesito saber, supuestamente, para hacer bien este trabajo.

Lo bueno es que yo soy feliz ignorando ciertas cosas que realmente no me importan.

No me importa si has visto 100x más películas que yo. Durante esas dos horas, yo estuve haciendo otra cosa por mi vida.

Lo que no significa que haya sido más o menos importante. Sólo digo. No me arrepiento de no haber gastado mis minutos en ver algo que, conociéndome a mí y a mi memoria, es 90% probable que de todas maneras no lo recuerde en el momento exacto de la pregunta. Quizá sí 2 horas más tarde, pero en el momento, no. Y si no me sirve en el momento, da lo mismo, porque quedé igual a que si no la hubiera visto. Como es el caso.

Aun así, se le está yendo la magia al asunto. ¿Será ese uno de los errores en el cine - perder la magia -, más específicamente en el cine chileno? ¿O será así en todos lados?

Bien alguna vez alguien dijo, una vez que entras a este negocio, verás la otra cara de la moneda: Esa ilusión de la gente común espectadora se disipará y verás a través de todo lo que hay frente a ti, en esa imagen intermitente y brillante. Eso es tan bueno como tan malo. Por un lado, sabrás cómo se hizo, y si te interesa, podrás analizarlo y/o replicarlo. Por el otro...

Bueno, el desencanto.

Ojalá no acabe conmigo.